domingo, 12 de septiembre de 2010

rogelio alaniz del diario el litoral de santa fe

CRÓNICA POLÍTICA
¿Quiénes son los responsables de la banalización educativa ?
Rogelio Alaniz
Mientras inicio esta nota, veo en la pantalla del televisor una conferencia de prensa convocada por autoridades del gobierno de la ciudad de Buenos Aires dando explicaciones sobre el derrumbe del entrepiso de un boliche bailable de Palermo. Está bien que lo hagan. Hay dos muertos, más de veinte heridos y un gobierno debe responder, es decir, debe asumir su responsabilidad por lo que sucede en locales cuya autorización para funcionar depende de ese gobierno.
Desde Cromañón en adelante, nadie puede hacerse el desentendido por situaciones como estas. Doscientos muertos dejan su enseñanza. Sobre todo cuando el vendaval se llevó puesto a un jefe de Gobierno con el aval de toda la oposición política, incluidos los legisladores macristas. Hoy no hay doscientos muertos -lo cual es una buena noticia- pero Macri y sus colaboradores saben que no pueden hacerse los distraídos.
Siempre es correcto rendir cuentas por lo que sucede en la jurisdicción de un gobierno, pero dicho esto importa advertir sobre los inevitables excesos de la política nacional, esa tendencia de pasar sin solución de continuidad de la impunidad al recelo persecutorio. Haberlo depuesto a Ibarra por lo de Cromañón fue una desmesura política propia de una visión oportunista y facciosa de la política. Nunca me pareció que Ibarra fuera un político importante, tampoco creí demasiado en su progresismo; pero más allá de estas consideraciones, desde el punto de vista institucional y de los usos y prácticas aconsejables, su destitución fue un disparate, un disparate que dejó la puerta abierta para que cualquier desgracia que ocurriera en la vida pública, potencialmente diera lugar a que políticos opositores pidieran la cabeza del jefe de Gobierno.
Hoy a Macri le toca beber su propia medicina. Quiero recordar que cuando su ex aliado Sobisch tuvo el incidente que culminó con el asesinato de un docente, él fue el primero en salir a decir incendios del entonces gobernador de Neuquén. Todo muy correcto, pero nadie que conozca los quehaceres básicos de la política y se haga cargo de sus consecuencias, puede ignorar que la muerte de una persona es un hecho lamentable, que lo que corresponde es situar el acontecimiento y no dejarse llevar por consideraciones oportunistas.
El policía que asesinó al docente Fuentealba en Neuquén está sancionado; sus jefes inmediatos fueron removidos de sus cargos y encausados. No fue un crimen impune, y mucho menos deliberado. Sin embargo, Macri no lo creyó así, mucho menos Kirchner. Los dos aprovecharon las circunstancias para saldar cuentas con un rival político. El que supone que lo hicieron por humanistas o progresistas no los conoce o no entiende nada de política, de política criolla, se entiende.
En Chile, Uruguay y en Brasil estas cosas no pasan. O no pasan de la misma manera. La clase dirigente mantiene un piso mínimo de entendimiento que no llega a ser un pacto corporativo, pero sí un acuerdo básico sobre algunas reglas del juego de la política. Kirchner y Macri sabían muy bien que Sobisch no era un criminal, pero prefirieron saldar cuentas políticas menores o dejarse llevar por humores sociales de circunstancias antes que asumir una actitud responsable.
Lo sucedido pone en evidencia el deterioro de nuestro sistema político. Estos síntomas son una expresión típica de ese deterioro. Un sistema político en estas condiciones no es nunca una buena señal, sobre todo para quienes creemos en democracias representativas, con alternancia en el poder y con políticas de Estado. Precisamente, lo que distingue a una democracia representativa de una delegativa es, entre otras cosas, la calidad de su sistema político. En regímenes como los de Chávez, Correa o los Kirchner -con las diferencias del caso- el sistema político está desarticulado, y lo poco que existe es considerado una molestia. La irresponsabilidad se confunde con la demagogia y el oportunismo con el autoritarismo. Se sabe que en política cuando ninguna regla vale es porque valen todas. Y si son tramposas, mejor.
¿Exagero? Algo, como siempre, pero no mucho. Que la presidente de la Nación haya salido a apoyar la huelga de los colegios secundarios en la ciudad de Buenos Aires, demuestra que si algún reproche se me puede hacer es que soy demasiado contemplativo. En cualquier parte del mundo -del mundo civilizado se entiende- esto sería algo desopilante, más digno de la fantasía de García Márquez o Jorge Amado que del básico y elemental realismo político.
La misma presidente que recurre a la cadena nacional para denunciar un acontecimiento ocurrido hace treinta y cuatro años, con inducciones y asociaciones que fuerzan la historia, sale ahora a apoyar una movilización o una huelga que cualquier persona con sentido común calificaría de descabellada. Como para que ninguna duda quede flotando en el aire, al otro día, su benemérito esposo refirmó su cálida solidaridad con los chicos. ¿A alguien se le ocurrió preguntarse cuál habría sido la conducta de Kirchner si la misma huelga la hubieran promovido los estudiantes secundarios de Río Gallegos, cuyos colegios están mucho más deteriorados que los de la ciudad de Buenos Aires?
Convengamos que doce o quince colegios tomados por los estudiantes porque hay goteras en los techos o no hay calefacción, es por lo menos surrealista, cuando no sospechoso. No pongo en duda de que los edificios tengan deterioros y que sea necesario arreglarlos, pero como le dijera una vez Horacio Sanguinetti (ex rector del Colegio Nacional) a un grupo de estudiantes cuando hace quince años querían hacer algo parecido: “Los colegios se toman cuando hay causas serias que lo justifiquen...un golpe de Estado, una intervención ultramontana o algo parecido”.
Ninguno de estos riesgos acechan ahora. El ejercicio de tomas de colegios por goteras y falta de pintura es una muestra más de cómo los años han degradado los objetivos de lucha o cómo se han banalizado consignas y propósitos que alguna vez fueron trascendentes. En los 60, o antes, las medidas de lucha podían ser exageradas o equivocadas, pero había un contexto ideológico y político que las justificaban. Además se corrían riesgos, aunque más no fuera el riesgo de ligarse un garrotazo en el lomo propinado por algún cabo correntino. Y ese riesgo le daba un sabor de verdad a la lucha que hoy no existe.
Los chicos ahora juegan a luchar cuando en realidad lo que hacen es ruido y alboroto. Y en todo caso se transforman sin pretenderlo en cómplices de la real y efectiva destrucción de la enseñanza pública, porque a nadie se le escapa que todo padre con un mínimo de responsabilidad y un mínimo de ingreso económico, después de contemplar semejante espectáculo lo que hará es mandar al hijo a una escuela privada.
Así y todo creo que la responsabilidad de los chicos es menor, entre otras cosas porque son menores de edad y del mismo modo que a un menor no se lo puede imputar penalmente por cometer ciertos delitos, tampoco se lo puede reconocer como interlocutor político. En definitiva, los muchachos y las chicas hacen lo que todos lo adolescentes han hecho desde que el mundo es mundo: rebelarse contra las autoridades con los excesos retóricos propios de la edad y las hormonas.
Claro que es lindo tomar el colegio o ganar la calle para protestar y rebelarse, para luchar y para hacer el amor, porque, como bien lo enseñara el Mayo Francés, en estos ejercicios la revolución y el sexo suelen ir de la mano. Claro que es lindo. Es por ello que insisto una vez más: no son los chicos el problema, el problema son los grandes, algunos desde la mala fe y otros desde la estupidez, pero todos tomados de la mano y convencidos de que apoyando la huelga de los colegios le están prestando servicios a la patria.
El problema son los gremialistas docentes que azuzan las protestas para ganar posiciones directivas en un colegio, puestos en el gremio o -por qué no- el corazón de alguna adolescente excitada. El problema son los directivos que no son capaces de hacer lo que se debe hacer con los recursos que les da el Estado. El problema son los políticos ventajeros y tramposos. Pero el problema más serio son los padres, sobre todo esos padres que suponen que hacerse la rata con los hijos o salir con ellos a corear consignas, los transforma en jóvenes eternos o en “padres piolas” mientras los hijos corren el riesgo de perder el año o perder la vergüenza.
La toma de colegios por goteras y falta de pintura es una muestra de cómo se han degradado los objetivos de lucha o cómo se han banalizado consignas y propósitos que fueron trascendentes.
El problema más serio son los padres, sobre todo los que suponen que hacerse la rata con los hijos o salir con ellos a corear consignas, los transforma en jóvenes eternos o en “padres piolas”.

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