miércoles, 26 de enero de 2011

Hu-Jintao visita a Obama

La tradición de la modernidad

El vertiginoso ascenso de China augura el nacimiento de un nuevo orden mundial. El mejor negocio para Beijing y Washington es recrear un clima de estabilidad duradera.

 

Por Rafael Bielsa | 22.01.2011 | 23:02

El viejo halcón, el republicano que fichó tempranamente para la CIA, representó a su país en el exterior y fue y vino por el plomizo mundo del espionaje, estiró sus casi dos metros sobre el sillón. “Hoy, Estados Unidos explica el 21% del Producto Interno planetario. China, el 12%; en cinco años crecerá inevitablemente 4 o 5 puntos adicionales.” En un perfecto español, heredado de su pasado diplomático, dijo mirando hacia la ausencia: “De todos modos, Estados Unidos seguirá siendo un país importante”. Más allá de las cifras –que cambian según la metodología de valoración–, el comentario revela la diferencia que va desde ver a China como una incomodidad hasta pasar a verla como un rival.
El martes 18 el presidente chino, Hu Jintao, aterrizó en Estados Unidos. El mismo día se entrevistó con la secretaria de Estado, Hillary Clinton, y con el consejero nacional de Seguridad, Thomas Donilon. El miércoles, en una tumultuosa conferencia de prensa junto a Barack Obama, ambos usaron un tono remilgado para reiterar la necesidad de profundizar la cooperación (basada en una “amistosa competencia”, en versión Obama) y de actuar conjuntamente en un contexto multilateral (“teniendo en cuenta las diferentes circunstancias nacionales”, en versión Hu). El viernes 21, Kaoru Yosano (ministro japonés de Política Económica) admitió que China los había superado como segunda potencia económica del mundo. Yosano, como el viejo halcón republicano, reverenció lo inevitable: “El dato del crecimiento chino”, declaró en japonés a la agencia Kyodo, “merece reconocimiento”. Dos interrogantes se imponen: ¿qué le espera al binomio “China” + “crecimiento económico”? ¿Qué futuro tiene el equilibrio de las relaciones entre los Estados Unidos y China?
A pesar de que fue anunciado un monto de nuevos negocios por alrededor de 45 mil millones de dólares (incluidos 200 aviones Boeing por 19 mil millones, un bálsamo para Norteamérica, con un déficit comercial bilateral estimado en 275 mil millones), ambos Estados deberán hacer frente a asimetrías en el plano económico y en el político. Estados Unidos urgió a China para que acelere su tránsito hacia una sociedad de consumo e importe más bienes norteamericanos, al tiempo que China demandó a su socio que administre mejor su política fiscal y que abra su mercado a importaciones de alta tecnología. Antes de la llegada de Hu Jintao a Norteamérica, el secretario del Tesoro, Timothy Geithner, ponderó las iniciativas chinas para apreciar gradualmente su moneda, el yuan. Según reportan diversos especialistas, si China devaluara el yuan el 20% –aproximadamente su cotización real–, el déficit comercial norteamericano (500 mil millones de dólares en 2010) se reduciría por ese solo hecho en más de 100 mil millones.
A la cena de gala que tuvo lugar el miércoles 19, no asistieron ni el republicano John Boehner, nuevo speaker (presidente o portavoz) de la Cámara de Representantes, ni el líder de la mayoría en el Senado, el demócrata Harry Reid, ni el líder de la minoría, el republicano Mitch McConnell.
El jueves 20, Boehner declaró que “los líderes chinos tienen la responsabilidad de mejorar y Estados Unidos tiene la responsabilidad de pedirles que rindan cuentas”, refiriéndose a las violaciones a los derechos humanos. La frialdad con la que Hu fue recibido en el Congreso se explica en parte por los dichos de Boehner, pero el speaker –por muy portavoz que sea– nunca lo dice todo. De acuerdo con una encuesta abordada por el Pew Research Center, el 58% de los norteamericanos afirma que es “muy importante” consolidar la relación con China, y el 53%, que es “muy importante” que su país sea enérgico en cuestiones comerciales y económicas. Hu Jintao reconoció que queda mucho por hacer en materia de respeto por los derechos humanos, aunque generalmente la gente necesita más detalles.
No va a ser sencillo para China mantener el nivel de inversión, el crecimiento del consumo, el flujo crediticio y la competitividad de su producción exportable evitando al mismo tiempo la creación de burbujas de activos, el aumento de los precios de los productos destinados al mercado interno, la violación de las regulaciones (por ejemplo, en el mercado inmobiliario) y las demandas de mejores retribuciones que –de no ser satisfechas– pueden conllevar al descontento social.
De acuerdo con el periodista José Reinoso, a principios de los 80 se pusieron en marcha sucesiva tres iniciativas: el proceso de apertura y reforma (diciembre de 1978), la política de buena vecindad (1990) y la estrategia “ser global” (2002), cuyo objetivo fue impulsar la presencia de empresas chinas en el exterior. Hasta ahora, China fue valiéndose de diversas herramientas para colocarse en el lugar al que ha llegado. Se convirtió en el banquero de los Estados Unidos y en el de los países en vías de desarrollo. Afirmó su condición de inversor extranjero directo, particularmente en el área del sudeste asiático. Ha construido y financiado puertos, caminos, represas, oleoductos y líneas férreas desde el sur de China, para llegar a Laos, Tailandia, Singapur, Bangladesh e India.
Finalmente, aunque Beijing diga que su poderío marcial es “defensivo”, no es menos cierto que también es creciente. La influencia disuasiva de China frente a Irán es valorada por Obama. También, el hecho de que se hayan anunciado conversaciones entre las dos Coreas enfocadas en la cuestión militar, diálogo en el que la diplomacia china, conducida por el ministro Yang Jiechi, parece haber tenido su papel. Todo sumado, un menú substancioso como para comenzar la segunda década del siglo XXI.
“Ambos tenemos mucho que ganar de unas buenas relaciones y mucho que perder de la confrontación”, afirmó Hu Jintao en una entrevista concedida al The Wall Street Journal. Aunque la historia permita entrever que postergar una confrontación no equivale a conjurarla.
Acaso por esto, el viejo halcón republicano y muchos analistas de política internacional auguran un nuevo orden en el que China ocupa el lugar de la ascendente superpotencia con la que desde ahora es necesario negociar y repartir el poder mundial, según observa Antonio Caño en El País de Madrid.
Hoy, el mejor negocio para China y para los Estados Unidos es trabajar arduamente para recrear una y otra vez un clima de estabilidad duradera. Hoy.
Pero –como suelen repetirse como un mantra los alcohólicos recuperados– “sólo por hoy”.

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