jueves, 27 de octubre de 2011

el flaco que nos hizo creer en la politica como factor de cambio real

Un Pingüino en El Vaticano

Publicado el 27 de Octubre de 2011

En abril de 2005 Néstor Kirchner visitó por primera vez en su vida la ciudad de Roma. Viajó junto a la entonces senadora Cristina Fernández, y una comitiva importante integrada por el ex jefe de Gabinete Alberto Fernández, el ministro del interior Aníbal Fernández, el ex canciller Rafael Bielsa, el senador Miguel Pichetto, el ex gobernador Felipe Solá, el sanjuanino José Luis Gioja y el ex presidente Raúl Alfonsín y su asesor Raúl Alconada Sempé. Había decidido viajar a la asunción de Joseph Ratzinger –Benedicto XVI– después de librar una batalla que pocos recuerdan, pero formó parte de las fuertes señales que dio desde el inicio de su gestión sobre su concepción del poder: el desplazamiento del ex obispo castrense Antonio Baseotto, a través de un decreto que le quitó el apoyo económico estatal y provocó que la Iglesia Católica pusiera el grito en el cielo. Se suponía que el viaje buscaba recomponer las relaciones con el Episcopado, maltrechas después de aquel episodio, y reparar la ausencia oficial en las exequias de Juan Pablo II.
Baseotto había dicho por aquellos días que al entonces ministro de Salud, Ginés González García, había que atarle una piedra al cuello y tirarlo al mar porque se había atrevido a pronunciarse a favor de la despenalización del aborto. Kirchner no se lo perdonó. Y dobló la apuesta: eligió El Vaticano como escenario para dar por terminada la polémica con el cura castrense, mientas los obispos reunidos en San Miguel seguían blasfemando contra el ex presidente.
Vale la pena reflotar aquella anécdota, en momentos en que el debate sobre la interrupción voluntaria del embarazo asoma como inevitable en los años por venir. Aquel Kirchner, el que había asumido dos años antes con apenas el 22% de los votos, se había permitido establecer una sanción ejemplar contra una institución intocable, ante un tema que a la mayoría de los gobernantes suele resultarle más cómodo eludir.
La historia no termina allí: durante los cuatro días de estadía en la hermosa Villa Borghese de Roma el pingüino pasó largas horas en el restaurante del hotel en el que se alojaba haciendo lo que más le gustaba: política. Se había autoimpuesto una agenda de bajo perfil, y eso hacía que dispusiera de un tiempo de ocio que invertía en largas charlas con el líder radical o sus ministros, y que sólo interrumpía para salir a almorzar con Cristina. Cada vez que podía, se acercaba a los periodistas como quien tiene ganas de conversar, y lanzaba al pasar alguna definición. Por aquellos días lo preocupaba que los empresarios estuvieran tomando mayor cantidad de ganancias, en lugar de invertir.
El último gesto, antes del regreso a Buenos Aires, fue una visita fuera de agenda a la bellísima Iglesia San Silvestre, que da protección a inmigrantes pobres e indocumentados, para homenajear a los cinco sacerdotes Palotinos asesinados en 1976 por la dictadura argentina. Fue luego de presenciar la imponente ceremonia de asunción papal, y nos regaló a los periodistas que cubríamos aquel viaje uno de los momentos más cálidos. Los curas lo recibieron con informalidad, como si se tratara de un viejo amigo. Le contaron orgullosos que esa parroquia alberga la cabeza de San Juan Bautista como una reliquia, le regalaron una botella de buen licor irlandés y agradecieron su presencia en ese lugar. “Durante muchos años los Palotinos estuvimos solos, y desde que está el (ex) embajador Carlos Custer y usted, la memoria en la Argentina ha sido rescatada”, le dijo el padre Mariano Pinasco, un argentino radicado en Roma.
Antes de irse, Kirchner firmó el libro de visitas de la Capilla, y besó la placa en homenaje a los Palotinos que acababa de descubrir en la entrada de la iglesia. “Tengo un compromiso del Estado y del pueblo argentino con la causa de los desaparecidos”, dijo. Al día siguiente, el diario La Nación se escandalizó en sus titulares porque el presidente y su esposa se habían negado a arrodillarse frente al Papa.

Nora Kuperszmit y la historia de una carta

“Yo creo que estaría bien que te hagan un contratito en Cultura”

Publicado el 27 de Octubre de 2011

Perdido por perdido, vale el intento.” Eso pensó Nora cuando tomó la decisión de ir a la Casa Rosada, empujada por el envión que dan los reflejos del último recurso. Corrían los primeros días de 2005 y tenía que jugar una carta. Aunque le pareciera inútil. Con 34 años, dos hijos pequeños y más de seis meses sin trabajo fijo, había aceptado que era hora de hacer caso del insistente consejo de un amigo que le sonaba a leyenda, “a ciencia ficción pura”: escribir una carta dirigida al presidente, contarle su historia y pedir ayuda. Nora es Nora Kuperszmit, entonces estudiante de Antropología en la Universidad de Buenos Aires (UBA), y Néstor Kirchner, el destinatario de la misiva. “La expectativa era igual a cero. Mi amigo había hecho lo mismo en los ’90, durante la presidencia de Menem y nunca había recibido respuesta”, recuerda hoy, seis años después de aquella mañana que marcó el inicio de la historia.
Tenía razones para intentarlo. En julio de 2004, después de trabajar durante más de doce años en un local de comidas rápidas de uno de los shopping más coquetos de la Ciudad, había recibido el telegrama de despido. Todavía le faltaba cursar un puñado de seminarios para conseguir el título y empezaba un largo derrotero para dar con un trabajo estable. Durante aquellos meses que en el recuerdo parecen eternos, Nora hizo de todo: fue encuestadora en el censo docente, hizo suplencias administrativas en un centro psicoanalítico y repartió copias de su currículum en cientos de oficinas, siempre sin suerte. “Ni siquiera aplicaba para la primera entrevista de los puestos administrativos más básicos. Y muchas veces, la formación parecía jugar en contra. El perfil no encajaba”, reconstruye.
Nora borroneó una decena de veces el texto que dejó en la mesa de entradas de Balcarce 50. ¿Cómo contarle a un presidente su historia? ¿Qué podía tener de diferente a la de otros miles en situaciones similares o peores a la suya? ¿Qué y cómo pedir? La versión final fue un relato breve de su situación, de la necesidad de trabajar para mantener a sus hijos. Para el párrafo de cierre dejaba una reflexión, tal vez destinada a convertirse en llave de la respuesta que llegaría dos meses después. “Me pareció bien recordar que yo quería devolverle al Estado todos mis años de formación, desde la primaria, en la escuela pública”, recuerda.
Con la carta y una copia del CV recorrió la distancia entre Parque Patricios y la Casa de Gobierno. No tenía ninguna esperanza en recibir respuesta. Y por eso no hubo copia del texto para atesorar, por las dudas. La noticia llegó ocho semanas después. “Una noche llego a casa y me avisan que había recibido un llamado de Presidencia. Tenía que estar al día siguiente a las 8:00 en Gobierno. No lo podía creer”, recuerda.
Otra vez la fila, la espera y lo que nunca había creído posible: la entrevista con Kirchner. Nora compone el sector presidencial, en el primer piso de la Casa Rosada, como un lugar de trabajo, gente en movimiento, protocolo homeopático. La puerta del despacho que se abre y el presidente en el medio, de pie, sonriente, y con “sus” papeles en la mano. Fueron 15 minutos de una charla “absolutamente informal”, con un afectuoso saludo inicial, el lenguaje llano, expeditivo. Un diálogo directo, sin vueltas.

–Hola piba… ¿Así que sos antropóloga?
–Bueno, todavía no…
–Y a vos, ¿qué te gustaría hacer, dónde te gustaría trabajar?
–Necesito trabajar… Cualquier cosa estaría bien.
–Yo creo que estaría bien que te hagan un contratito en Cultura. Ya te derivo con Parrilli. Kirchner mencionó dos veces la palabra “contratito”. Nora lo memorizó. Eso la hizo sonreír en medio del nerviosismo. Dos meses después, la llamaron de la Secretaría de Cultura para un acuerdo de trabajo temporario en el Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano. Algunos empleados, sus futuros compañeros, la miraron primero con desconfianza. Hasta que empezó a contar la historia. La historia de la carta. La directora, Diana Rolandi, no dudó: la incluyó desde el vamos como asistente en uno de los proyectos de investigación que ella misma dirigía. En 2008 pasó a planta y en 2009 festejó la graduación en la UBA. Nunca más volvió a ver a Kirchner. Tampoco tuvo valor, hace un año, para volver a la Rosada y despedirlo. Y recién ahora, en la reconstrucción de su historia, cayó en la cuenta que sus iniciales son las mismas del presidente que la ayudó a conseguir trabajo. <

Gabriel Mariotto reconstruye a Kirchner constructor

“Armale una lista ya, es necesario para el proyecto”

Publicado el 27 de Octubre de 2011

Un patriota con un destino manifiesto”, lo define Gabriel Mariotto. Habla de Néstor Kirchner. El hombre que solía sorprenderlo con llamados a su celular en los momentos más inesperados, como durante una exposición en la Cámara de Diputados superpoblada de cámaras. Mariotto tiene en su memoria decenas de anécdotas compartidas con el ex presidente. Dice que cada palabra dicha por Kirchner, incluso aquellas que pronunciaba en confianza, con la garantía de que nunca se harían públicas, estaba guiada por un único objetivo: “la pasión por la construcción política”.
El titular de la AFSCA pone como ejemplo una tarde de 2009. En plena discusión por las candidaturas testimoniales, recibió un llamado en su celular. Escuchó una voz conocida. Era Juan Alarcón, “Tatú”, el secretario privado de Kirchner. Le pasó con el presidente y entonces, del otro lado, el tono inconfundible, esas marcas audibles que un foniatra consideraría defectos. “Lomas de Zamora”, fueron las primeras palabras que escuchó Mariotto. El saludo era, en realidad, un título. Iban a hablar del armado de las listas de concejales en el municipio que hizo famoso a Eduardo Duhalde. “Tenés que ir de testimonial abajo del intendente”, fue lo segundo que escuchó Mariotto.
Kirchner le comentó que el intendente, Jorge Rossi, un hombre que no había cortado los lazos con el duhaldismo, “no contenía” a todo el electorado favorable al kirchnerismo. “Hay un sector que se queda afuera por eso tenés que acompañar a Rossi como segundo concejal”, le ordenó. Mariotto comentó que el intendente no iba a aceptar llevarlo como segundo pero Kirchner no dejó espacio para dudas u objeciones. A los dos días, Rossi lo llamó a Mariotto y le dijo que no iba a llevarlo segundo en la boleta. El interventor del Comfer le explicó que eran instrucciones de Kirchner, pero Rossi se mantuvo en su posición. La noche anterior a la inscripción de las candidaturas, Mariotto comprobó que no estaba en la lista. Y al día siguiente lo llamó. “Mire, presidente, el intendente no aceptó la instrucción y voy de segundo”, se apresuró a informar. La respuesta fue rápida, contundente. “Bueno, armale una lista ya, porque es una instrucción y es necesario para el proyecto porque él no acumula todo el kirchnerismo del distrito”, mandó Kirchner.
Mariotto cumplió. En cuenta regresiva, a horas del cierre de listas, armó una con el Partido Socialista de Jorge Rivas, con el Frente Grande, con el Partido Humanista y con el espacio político de la Universidad de Lomas de Zamora. Cuando se enteró, Rossi pronosticó un resultado pésimo. “Van a sacar el 2%”, vaticinó. Los números de la elección en Lomas de Zamora le dieron la razón a Kirchner. “El intendente, con todo el sector del espacio más tradicional, sacó el 22% de los votos, nosotros sacamos el 10. Las tres listas del kirchnerismo logramos el 36%, que fue lo que logró Néstor en Lomas. Él tenía toda la información en números. Actuaba a favor del proyecto general. Y estaba pendiente de la construcción de cada distrito”, recuerda Mariotto en diálogo con Tiempo Argentino.
En la historia del kirchnerismo, el gran hito que protagonizó Mariotto fue la sanción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. En junio de 2010, después de la sanción de la ley, Kirchner viajó a Neuquén para participar de un almuerzo con empresarios y funcionarios provinciales. Mariotto fue invitado. Hasta aquel momento, a pesar del tiempo transcurrido desde la sanción de la Ley de Medios, el ya titular del AFSCA no había recibido felicitaciones por parte de Kirchner. “No le había puesto demasiado ímpetu a la felicitación”, recuerda Mariotto con una sonrisa.
La ocasión que acaso esperaba el responsable de la Ley de Medios llegó durante el almuerzo. En un intervalo, Kirchner se acercó a Mariotto y le dijo sólo dos palabras: “Tenemos ley.” La respuesta del funcionario incluyó un reconocimiento al conductor: “Tenemos ley, presidente” (Kirchner encabezaba el PJ). “Hiciste una buena tarea”, siguió el santacruceño. Mariotto atribuyó el elogio a cierta destreza al “manejo de los tiempos” y a la “buena ejecución de las instrucciones”. Pero se encontró con una sorpresa: “Hiciste una buena tarea porque no te dejaste comprar”, le dijo. “Pero no me ofrecieron nada”, continuó Mariotto. Y él le retrucó: “Vamos, ellos saben muy bien a quién le ofrecen.” <
Fernando Sartori, presentador oficial, rebautizado por Néstor

“Mirá vos, salió un poquito autoritario el locutor”

Publicado el 27 de Octubre de 2011

En 2009, apenas un año después del conflicto por las retenciones móviles, Gualeguaychú seguía siendo un escenario complejo para el Frente para la Victoria. Néstor Kirchner visitaba la ciudad con una agenda apretada. Primero tenía programado un encuentro con empresarios, más tarde lo esperaba un acto masivo. Como en toda actividad de campaña, el ex presidente viajaba con una delegación que incluía secretarios, custodios, médico, gente de Ceremonial y el infaltable locutor. El encargado de las presentaciones desde el micrófono se llamaba Federico Sartori. Egresado de ISER y de TEA como locutor y periodista, Sartori por entonces militaba en la juventud del oficialismo, es probable que Kirchner lo supiera.
La charla con los empresarios llevaba una hora y media. El ex presidente se extendía por los vericuetos de la crisis económica internacional. Ante la mirada concentrada de los hombres de negocios, entre los que había productores que habían participado de las protestas contra la Resolución 125, Kirchner explicaba que las disparidades entre los países más y menos competitivos de Europa iban a poner en crisis a la Eurozona. Decía que el euro era insostenible en el largo plazo. Porque los países perdían la potestad para fijar el tipo de cambio, se quedaban sin la alternativa de hacer política monetaria.
“Es impresionante cómo Néstor anticipaba lo que después iba a ser la crisis de Grecia y España”, dice Sartori mientras recuerda aquellas vertiginosas recorridas por el país, en las que una avanzada llegaba primero al lugar y luego, sobre la hora del acto, aparecía Kirchner con su saco abierto, un gesto irónico y la estampa de que todo estaba en orden. “Hablaba de responsabilidad fiscal y les decía a los empresarios que había crecimiento, clima favorable para la industria nacional. Pero enseguida les aclaraba que la finalidad de todo era llegar al fifty fifty en el reparto del PBI. Y se los decía en la cara”, rememora el locutor.
En el encuentro con los empresarios se notaba cierta intención de reconciliarse con el sector productivo de esa zona. Y esa intención quedó más clara cuando los organizadores aceptaron abrir una ronda de preguntas, algo que hasta entonces no era muy habitual en los viajes de Kirchner. Los empresarios aprovecharon la ocasión de escuchar de primera mano al entonces presidente del PJ. Era el dirigente político que, apenas un año antes, frente a la acción de la Mesa de Enlace en la que Gualeguaychú había sido un espacio clave, había impulsado en actos multitudinarios la defensa de la política de retenciones. Las preguntas se sucedían y las respuestas de Kirchner eran didácticas, generosas en su extensión. “No se guardaba nada”, dice Sartori, quien presenciaba todo desde el atril, como buen presentador.
El tiempo iba pasando y los acompañantes del ex presidente empezaban a ponerse nerviosos. A pocas cuadras de allí los esperaba una convocatoria multitudinaria, con miles de personas reunidas para un acto en el que Kirchner sería el único orador. En un momento, mientras seguía el ida y vuelta con los empresarios entrerrianos, un allegado del santacruceño se acercó al locutor y le ordenó, tajante: “Cortalo, ya está, nos tenemos que ir.” El presentador transpiraba de los nervios. “¿Cómo lo corto a Néstor?”, se preguntaba en silencio. Para ganar tiempo, pero también porque era lo que pensaba correcto en un evento de ese tipo, Sartori le dijo a su interlocutor que no correspondía cortar con un “muchas gracias, buenas tardes”. Había que anunciar, del modo más elegante posible, que “la siguiente era la última pregunta”, para no ser cortantes y frenar de antemano alguna duda del auditorio.
El locutor pidió un micrófono que estaba circulando para hacer preguntas. Estaba parado en el escenario, unos metros delante del propio Kirchner, a quien daba la espalda. Cuando el ex mandatario terminó de responder, Sartori vio la oportunidad y se lanzó. “La siguiente es la última pregunta”, advirtió. Entonces escuchó una voz inconfundible que decía, con tono burlón: “Mirá vos, salió un poquito autoritario el locutor.”
“Quería esconderme atrás de un macetero. Néstor podía decirte cualquier cosa, pero ‘autoritario’… Yo estaba rojo de vergüenza. Todo pasó en un segundo, hasta que me di vuelta y entonces vi que Néstor se estaba riendo. Enseguida me levantó el pulgar. Recién ahí pude respirar de alivio”, dice Sartori. Durante un tiempo el presentador pasó a convertirse en el “locutor autoritario”.<
Los delegados del subte y el saludo a un presidente

“A vos, te tengo visto de la televisión”

Publicado el 27 de Octubre de 2011

Los trabajadores del subte venían de un año difícil. La lucha por el reconocimiento de las seis horas de trabajo se había convertido en un hito para la historia del movimiento sindical fortalecido bajo tierra, al calor de la crisis económico-social y el estallido de 2001. Los trabajadores todavía mantenían la pulseada con Metrovías y el gobierno de la Ciudad, entonces a cargo de Aníbal Ibarra, cuando Néstor Kirchner llegó a la Casa Rosada, con apenas el 22% de los votos. Las movilizaciones y amenazas de paro en la Ciudad se convirtieron rápidamente en un tema de preocupación para la nueva gestión. Los delegados todavía desconfiaban. Más aun cuando, cuatro meses después de la asunción de Kirchner, recibieron un llamado de la Casa Rosada. Por primera vez, el gobierno nacional se interesaba por saber de boca de los delegados el alcance del reclamo, las razones de la protesta.
Aníbal Fernández, entonces ministro del Interior, los recibió en su despacho. Cuando la conversación recién comenzaba a desgranar los ejes de la pelea sindical, sonó el teléfono y el funcionario se excusó: “Me llama el presidente, disculpen.” Los cinco delegados, encabezados por los combativos Roberto Pianielli, Charly Pérez y Leo Gervasi se quedaron expectantes. En silencio. La puerta volvió a abrirse y el que ingresó fue Kirchner. Todos tuvieron un acto reflejo: se pararon, al mismo tiempo. Y saludaron. Casi solemnes. El gesto les valió bromas de sus pares durante mucho tiempo. El ex presidente aflojó el clima. “Nos dio una palmadita en la cara a cada uno”, reconstruyó uno de los protagonistas. Se detuvo en Pérez: “A vos, te tengo visto de la televisión”, le dijo. “Y yo a usted”, respondió el delegado.
Siguió una charla franca y directa sobre el reclamo de las seis horas. Y un compromiso del mandatario de comunicarse con Ibarra para buscar una solución. “Esto tiene que salir”, les afirmó.
Unas semanas después, el debate comenzó a encaminarse. Y en 2004 el gremio logró la restitución de la jornada de seis horas y la declaración de insalubridad para los trabajadores del subte.<

Estela de Carlotto anticipa su libro

“Sentí en su abrazo el calor del compañero de militancia nuestros hijos”

Publicado el 27 de Octubre de 2011

Creo que fue un hombre excepcional e imprescindible. Fue un hijo que partió antes de tiempo, pero que se quedó para siempre con nosotros, su pueblo, por el que dio la vida.” Así evoca la titular de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, al ex presidente Néstor Kirchner, a un año de su muerte.
La frase pertenece a una serie de anécdotas de momentos que compartió con el ex mandatario para un libro aún inédito y a las que Tiempo Argentino tuvo acceso al cumplirse el aniversario del fallecimiento.
Allí, Estela recuerda el momento en que se encontró por primera vez con el ex presidente, apenas unos días antes del 25 de mayo de 2003, cuando asumió en la Casa Rosada. “En el año 2003, para mi saber de los hombres de la política partidaria de la Argentina, el nombre de Néstor Kirchner era desconocido, es más, me costaba pronunciar su apellido. Conocíamos sí, las Abuelas de Plaza de Mayo, a Cristina, su esposa, una esplendida mujer parlamentaria de palabra y acción decidida”, rememora, y agrega: “Le estreché la mano y recibí por primera vez un abrazo en su departamento de Buenos Aires al que concurrí invitada por Cristina para compartir un té de trabajo. Esto fue unos pocos días antes de su asunción como presidente de la República Argentina. Se asomó por una de las puertas y tras su saludo bonachón y afectivo le informó a ella que salía a comprar sus mocasines para el acto.”
Durante los cuatro años que duró el mandato de Néstor Kirchner, las Abuelas se sintieron “comprendidas, convocadas, consultadas” como nunca antes en los 20 años que llevaban de democracia.
“Muchas veces más sentí en su abrazo el calor del compañero de militancia de nuestros hijos, lo aprecié por su sinceridad, lealtad a su proyecto de país, su apertura a escucharnos en nuestras demandas. Las puertas abiertas de la Casa de Gobierno, el caminar por sus alfombras rojas, subir en el histórico y privado ascensor para compartir sus actos de gobierno a favor de su pueblo, fue como el introito al impacto emocional que sentí cuando dijo en las Naciones Unidas ‘ser hijo de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo’.”
Estela también recuerda que, a partir del día a día en los “cuatro años de maravillosa gestión”, las Abuelas incorporaron como cotidiana la figura de Néstor “en la vida institucional” de la Asociación. Lamenta que les haya quedado pendiente un almuerzo en la sede de Abuelas “para comer la comida casera que nos nuclea diariamente”.
Por último, reconstruye los últimos momentos que compartió con el santacruceño. “La última vez que estreché su mano y recibí su abrazo fue en la Quinta Presidencial de Olivos cuando fuimos invitadas junto a los nietos recuperados, los hijos, las Madres y Familiares a celebrar su cumpleaños número 60. Estaba feliz, elegante con su ropa negra, sonriente y distendido. En un acto de desenfado maternal lo llamé geronte y como par comencé a tutearlo; y le pedí que cuide su salud, consejo que no le agradó mucho. Escuche por última vez su voz desde El Calafate cuando Cristina le pasó el teléfono para que me salude por mi cumpleaños número 80.” <
Opinión

Todo comenzó en El Calafate

Publicado el 27 de Octubre de 2011

En 1998 me enteré que debía viajar a El Calafate. Sabía de su existencia y que su distancia era muy superior al alcance que tenía mi billetera, pero lo atractivo no estaba en ello sino en la razón de la travesía. Iba porque se reunía un grupo de peronistas que estaban en contra de Menem y habían sido convocados por el gobernador de Santa Cruz, ese que de tanto en tanto aparecía en una entrevista televisiva. En ese encuentro, de apenas dos días, se escucharon análisis del pasado reciente de la Argentina, el presente conflictivo y el futuro. En esas jornadas de intenso debate surgió un documento, donde Néstor Kirchner anticipó lo que por entonces era un sueño, una utopía, pero que a partir de 2003 se transformaría en realidad.
Era octubre y la Patagonia parecía no estar enterada de la primavera. En un salón calefaccionado, los pocos periodistas que habíamos llegado nos acomodamos en un costado, dispuestos a ser testigos de una reunión que se preveía poco habitual, pero que ninguno anticipaba jugosa en debate y definiciones.
Era un grupo heterogéneo porque desde ese espacio se buscaba darle un perfil más de centroizquierda al por entonces precandidato presidencial Eduardo Duhalde. El bonaerense aceptaba ese espacio, le servía para diferenciarse del Ejecutivo de la época y despegarse de su pasado como vicepresidente de Menem. En el salón había unas 50 personas. Se entremezclaban dirigentes y economistas duhaldistas con militantes e intelectuales de la izquierda peronista que habían vivido y sufrido en carne propia los años setenta. Los duhaldistas, como Rodolfo Frigeri, no disimulaban sus genes liberales cuando respaldaban las políticas macroeconómicas del menemato. “Voceros del establishment. ¿De qué estamos hablando en esta reunión de peronistas?”, interrumpía Ernesto Jauretche en busca de marcar cuál era el perfil que debía tener el debate. No era una asamblea estudiantil, pero por momentos tuvo la tensión y la pasión de esos encuentros.
Entre los que planteaban la recuperación del rol del Estado, la aplicación de políticas de transformación social, de empleo, industria, de transferencia tecnológica, los mejoramientos de los servicios educativos y de salud pública, estaban, además de Kirchner, la entonces diputada Cristina Fernández, el abogado del MTA, Héctor Recalde, Norberto Ivancich, Miguel Talento, Ignacio Chojo Ortiz, Carlos Tomada, Ana Jaramillo y Carlos Kunkel, entre otros.
El día de cierre habló Duhalde, fue uno de los peores discursos de su historia, no sabía lo que había allí sucedido y sus palabras lo delataban. Kirchner tuvo que tomar la palabra y sin rodeos propuso la implementación de mecanismos de redistribución social y geográfica de la riqueza, como una reforma progresiva del sistema impositivo y hasta una nueva ley de coparticipación. Convocó a resucitar la capacidad transgresora del peronismo y a “terminar con la concepción neoliberal que nada tiene que ver con el peronismo”. Todos aplaudieron a rabiar, Duhalde ni siquiera sonreía.
Un año después, Kirchner era reelecto gobernador de Santa Cruz. Al día siguiente, luego de la entrevista de rigor –donde anticipaba su decisión de competir por la presidencia en 2007– y con una ronda de café de por medio, recordaba esos días de El Calafate. Entre sonrisas y con una mirada cómplice me dijo que allí estaba la plataforma de su futura campaña electoral. En ese momento, ninguno imaginaba que su plan se iba a adelantar cuatro años. Pero sobre todo yo, no me imaginaba que ese documento –reaparecido por estos días entre una pila de papeles– era la base de lo que comenzaría el 25 de mayo de 2003.
Opinión

Un hombre de su pueblo

Publicado el 27 de Octubre de 2011

Flaco favor le haríamos al país si observáramos a Néstor Kirchner desde una óptica individual. Clichés como “el animal político” o “el hombre que se transformó en mito” confundirían a la hora de describir a un compañero que resumió en sus convicciones y en su proceder, los anhelos de justicia social de millones de argentinos. Recordarlo desde lo individual es simplificar su figura. Traerlo a la memoria popular como parte de su pueblo es conciencia y reflexión para construir futuro. Recordarlo vaciándolo de contenido ideológico e histórico es hacer de Néstor un hombre aséptico, ajeno a las vicisitudes de los hechos políticos que generó y lo rodearon.
Y Néstor no fue eso. Fue ante todo un buen peronista y como buen argentino de su pueblo y de su tiempo, interpretó las luchas históricas de la clase trabajadora y del Movimiento Nacional al cual pertenecía. Y tomó partido. Poner la economía al servicio de la política y concebirla como un instrumento al servicio de los intereses populares, fue el axioma de su obra de gobierno que hoy continúa Cristina. Estado, Producción y Trabajo como ejes fundamentales de un proyecto de país. Gracias a eso la Argentina dejó de pedir prestado y muchos argentinos dejamos de pedir fiado.
Había condiciones objetivas para salir de casi 30 años de liberalismo que nos llevaron al hambre y la miseria, porque había un pueblo dispuesto a afrontar su obligación histórica. Faltaba un hombre que nucleara en torno suyo los anhelos y esperanzas de todo pueblo Argentino. Néstor fue ese hombre que vive en todo lo que se hizo, pero más aún en lo que falta por hacer. Como dijo Hugo Moyano “para los trabajadores, después de Perón y Eva Perón, Néstor”.
Opinión

La doble vida de Clark Kent

Publicado el 27 de Octubre de 2011

El 24 de marzo de 2004 viajé en tren hasta Liniers y desde allí tomé un colectivo a Núñez. Luego caminé desde General Paz y Libertador hasta la puerta del edificio blanco de grandes columnas neoclásicas. En aquel momento la ESMA todavía era la ESMA. No se habían inaugurado ni el ECuNHi, ni el Archivo Nacional de la Memoria, ni tampoco el Centro Cultural Haroldo Conti. Quizá eran proyectos en la imaginación de un hombre de Estado, de un presidente que se preparaba para convertir a la política de Derechos Humanos en una de las marcas registradas de su gestión.
Recuerdo aquel día como soleado, una jornada llena de banderas. La Avenida Del Libertador había sido cortada desde temprano, sobre la calle se habían concentrado militantes de distintas agrupaciones. Caras conocidas aparecían a lo largo del cerco de pilares y rejas decoradas con símbolos navales. El mismo perímetro al que solíamos mirar con impresión, que separaba el mundo exterior del campo de exterminio más grande de la Argentina, se había convertido –aquel miércoles de calor– en escenario de una desbordante emoción popular.
Ese día recordé una metáfora sobre Clark Kent y su doble vida que había escrito Miguel Bonasso. Se refería a los periodistas de los años ’70 que ocultaban detrás de su actividad profesional cierta práctica militante. Salvando las enormes distancias, algo similar estaba ocurriendo esa jornada con algunos periodistas que habíamos llegado hasta la ESMA para cumplir con nuestro oficio de informar. Estábamos allí para contar el acto que iba a encabezar Néstor Kirchner, donde se iba a pedir perdón en nombre del Estado y anunciar la cesión del predio para crear un Espacio de la Memoria.
La noche anterior, en la redacción del diario Página/12, en el que entonces trabajaba, yo había hablado del acto con la compañera de Rodolfo Walsh, Lilia Ferreyra, quien editaba la sección Turismo. Todavía lo hace, y es a la vez representante del Gobierno en la dirección del Espacio de la Memoria y Promoción de los Derechos Humanos. Walsh, se sabe, terminó sus días en el centro clandestino de detención de la Armada. Murió alcanzado por una ráfaga de ametralladora, tras intentar resistir su captura en la esquina de San Juan y Entre Ríos. En la víspera del acto, en aquella noche del martes 23, yo intenté convencer a Lilia para que escribiera una nota con sus impresiones sobre lo que sucediera al día siguiente.
La conversación aún resonaba en mis oídos cuando, tras la transferencia del predio a la Nación para crear un Espacio de la Memoria y sobre el inicio del recital, distinguí la figura delgada de Lilia andando entre la multitud. Las miles de personas que habíamos llegado hasta la ESMA caminábamos hacia una calle lateral. Allí se había montado el escenario en el que hablaría Néstor Kirchner y en el que cantarían Víctor Heredia, Joan Manuel Serrat y León Gieco. En ese palco se escuchó por primera vez a Juan Cabandié, quien acababa de recuperar su identidad. “Yo soy Juan, soy Damián y Alicia”, se presentó. También habló María Isabel Prigione, de H.I.J.O.S, quien hizo erizar la piel con un discurso fuertísimo.
El presidente y su esposa se emocionaron hasta las lágrimas. La conmoción de Kirchner se notó en la dedicatoria a sus compañeros desaparecidos o asesinados, como Carlos Alberto Labolita y Rodolfo Achem. La emoción fue generalizada cuando Gieco cantó “todo está guardado en la memoria”, y enseguida, acompañado por la gente, recordó “la dignidad de Rodolfo Walsh”. Todavía sonaban las estrofas de la canción cuando giré la cabeza, buscando con la mirada a Lilia. La compañera del autor de la Carta Abierta de un escritor a la Junta Militar estaba visiblemente concentrada. Cargaba el gesto de quien no quiere perderse detalle. Observaba todo desde atrás del alambre tejido, se había quedado dentro de la ESMA.
Tras el recital, la muchedumbre se desperdigó por las instalaciones del campo de concentración. Algunos fuimos hasta el Casino de Oficiales, donde recorrimos el subsuelo (sala de torturas), el tercer piso y el altillo, donde alojaban a los detenidos. Allí me tocó, por esas casualidades del destino, compartir ese momento con María Teresa Piñeiro. Sus amigos la llaman “Teté”. El esposo de Piñeiro, Ángel Giorgiadis, montonero, fue asesinado en la Unidad 9 de La Plata en febrero de 1977. Lo habían detenido en julio de 1975.
Haber vivido aquella jornada será siempre un motivo de orgullo. Y también será un motivo de agradecimiento para con Néstor Kirchner. Hoy ya no se recuerda la tenaz oposición que había despertado entre los gobernadores del PJ la decisión de ceder el predio de la ESMA. No estaban de acuerdo con crear un Espacio de la Memoria. Por suerte, aquel día de emociones encontradas –tristeza y felicidad– tuve la posibilidad de agradecerle a Kirchner en persona.
Yo estaba parado en un pilar del cerco de la ESMA, como si fuera un para-avalanchas de la cancha. Agitaba con las manos para seguir el ritmo de los cantitos que iba coreando la multitud. Kirchner iba caminado por la vereda, envuelto en custodios y acosado por un remolino de afecto. Cuando lo vi venir, sólo atiné a gritarle “gracias presidente”. Se lo grité varias veces, pero Kirchner no me distinguía de lejos. Hasta que pasó delante de mí, me reconoció y se rió. Y yo volví a decirle “gracias presidente”. Años después, en una charla con el periodista Martín Granovsky, me enteré de que Kirchner le había comentado su sorpresa de aquel momento al reconocer al periodista que solía seguirlo en sus actos reconvertido en un participante activo de la movilización.

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