viernes, 29 de junio de 2012

El club de la pelea

La pelea de fondo entre el gobierno nacional y Hugo Moyano tuvo un estallido. El primero, de los muchos que vendrán.


     
Por Mauricio Maronna / La Capital
La pelea de fondo entre el gobierno nacional y Hugo Moyano tuvo un estallido. El primero, de los muchos que vendrán.
Se juega en esta instancia más, mucho más, que la clásica disputa entre un sector del sindicalismo y el poder central. Para cualquier gobierno que se precie de ser peronista y popular, el control de la calle, de las demandas, es un epígono, una verdad a conseguir. Y ahí se convierte Moyano en una piedra para el zapato del “relato”.
Néstor Kirchner lo entendió desde el principio mismo de su mandato. Una construcción discursiva y fáctica como la que se proponía debía contar sí o sí con el respaldo del dirigente camionero, curtido en las lides del gremialismo y sin vínculos con lo que siempre fue una presea del kirchnerismo: la animadversión hacia el menemismo.
No le fue demasiado fácil a Kirchner ganarse la voluntad de Moyano. El hoy jefe univoco de los símbolos cegetistas jugó con los Rodríguez Saá en las elecciones que finalmente iban a consagrar presidente al santacruceño tras la huida de Carlos Menem del ballottage. En aquellas épocas de nacimiento del proyecto que hoy gobierna la Argentina, Eduardo Duhalde era un enemigo declarado de Moyano. Y Kirchner era el delfín del bonaerense.
Rústico y útil. La rusticidad de Moyano no fue un problema para Kirchner, quien le puso alfombra roja para desentenderse del triunvirato que conducía la central sindical. Pero el camionero nunca dio pasos en falso ni apoyos cruciales a cambio de nada.
Con la voracidad de un pacman, Moyano fue ganando atribuciones que siempre les habían correspondido a otros gremios. En ese ir por todo moyanista, otros caciques sindicales sufrieron pérdidas de afiliados y (lo que fue peor para ellos) vieron limitados sus espacios de poder. Es lo que hoy por hoy no le perdonan los Gordos.
El control de la CGT, la cercanía con los movimientos piqueteros y la reciprocidad con las organizaciones de derechos humanos fueron siempre objetivos de primera mano para Kirchner mientras llevaba adelante una titánica lucha con los tan meneados “poderes corporativos”. Para romper la alianza y combatir a Grupo Clarín, Kirchner necesitaba convertirse en el patrón de la vereda o delegar esa potestad en algún aliado. Y ese aliado fue Moyano.
El primer roce público. La muerte del ex presidente llegó precedida de turbulencias en la relación entre Moyano y el poder político. El acto del 15 de octubre de 2010 en el estadio de River pareció reencarnar una alianza que marchaba viento en popa pero, en realidad, permitía el nacimiento de las rencillas. Aquella vez, el cegetista pidió “un presidente trabajador” adelante de las narices de Cristina, quien lejos estuvo de hacer mutis por el foro.
La fase cristinista del proceso K muestra en el caso Moyano la diferenciación más pulimentada y concreta con el nestorperonismo. La presidenta jamás aceptará los modos ni el estilo condicionante del camionero aun para sacar partido, como sí lo hizo su marido. Al margen de la leyenda urbana que alude a una fortísima discusión entre el sindicalista y Kirchner horas previas a su muerte, Cristina no se permite la idea de una concepción mínimamente bicéfala del poder. Aunque le sirva para mantener controlada la mayor parte del espacio callejero. Y ahí apareció el talón.
El Lula frustrado. Moyano sigue siendo el dirigente con mayor imagen negativa entre las clases medias de la Argentina, una ecuación que derrumbó su deseo liminar de convertirse en el Lula de la política nativa y mandó al archivo la aparición del Partido Laborista.
Curiosamente, el hoy procesado Jaime Durán Barba utilizaba el nombre de Moyano como parte de su campaña sucia para esmerilar las chances del siempre derrotado Daniel Filmus frente a Mauricio Macri. Esa situación de disvalor frente a los sectores independientes no cambió hasta el día de hoy, aunque algunos sectores intenten verlo rubio y de ojos azules.
Pero esa disfunción se columpia con el poder que los años y las circunstancias han volcado en favor de Moyano. Lo dijo sin ambages el protagonista de esta historia: “Manejamos todo, desde los camiones atmosféricos hasta los transportadores de caudales”. El poder actual de Moyano se debe a la multiplicación de los tentáculos de Camioneros en rubros clave para la economía, pero que no hubieran tenido razón de ser si no formaban parte del dejar hacer, dejar pasar de la relación entre Kirchner y el máximo jefe de la CGT.
El dueño del reclamo. Además de ese handicap, Moyano se hizo dueño de un justo reclamo de un gran universo de trabajadores de clase media que, de otro modo, no comulgarían jamás con él: la elevación del piso por el cual se aplica el impuesto a las ganancias sobre los salarios. Esa fue la circunstancia que alumbró la movilización programada para el próximo miércoles en Plaza de Mayo.
La pelea entre los dos verdaderos pesos pesado de la política argentina ha dejado más que nunca sin demasiadas palabras a la oposición. El escenario de paros, acusaciones y temor creciente de la sociedad por el desenlace pareció haber levantado un atril útil para algún potencial candidato no justicialista en condiciones de volver a acusar al peronismo por mantener de rehenes a los que no son parte de esta historia. Pero nadie lo hizo.
El escenario económico de riesgo sobre el que se reproducen las acciones del gobierno contra el moyanismo es lo que verdaderamente debería alertar a los corazones oficialistas, justo cuando está en ciernes la continuidad de Moyano al frente de la CGT. “Eso es lo que desvela a muchos adentro de la Rosada: ¿cómo asumir un horizonte de dificultades con los gremios en contra?”, admitió el viernes a La Capital un dirigente kirchnerista de tiempo completo en el Parlamento.
Aunque los protagonistas parezcan haber utilizado toda la artillería en los prolegómenos, la pelea gobierno-Moyano recién empieza.

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