miércoles, 31 de octubre de 2012

COPUCI 2012, UN CONGRESO SOBRE COMUNICACION DE LA CIENCIA

¿De qué hablamos cuando hablamos de ciencia?

Durante los días 24, 25 y 26 de octubre se desarrolló en San Luis el Segundo Congreso de Comunicación Pública de la Ciencia, el Copuci 2012. Aquí, un diálogo con Antonio Mangione, doctor en Biología y principal organizador del congreso.
 
Por Leonardo Moledo
–¿Qué es el Copuci? Tengo entendido que la organización de este evento corrió prácticamente por su cuenta (y la de mucha otra gente).
–El Copuci 2012 es un Congreso Internacional de Comunicación Pública de la Ciencia; es el segundo congreso, el primero se realizó en Córdoba por iniciativa del Ministerio de Ciencia y Tecnología y dos facultades (la de Ciencias de la Información y la de Matemática, Astronomía y Física de la Universidad de Córdoba). Le dimos continuidad, dado que había una manifiesta voluntad de continuar lo que se vio en Córdoba.
–Y entonces...–Hicimos una convocatoria pensando en abrir distintos espacios que permitieran vivenciar y participar de las distintas aristas, dimensiones y miradas que se pueden dar acerca de la comunicación pública de la ciencia, desde el trabajo de investigación bibliográfica y el trabajo científico hasta el relato de experiencias, pasando por los vínculos entre arte y ciencia. O sea que en esta edición del Copuci hubo desde ensayos teóricos sobre la comunicación pública de la ciencia, relatos de experiencias en museos hasta una obra de teatro, o títeres, o una muestra de fotografía vinculada a ciencia.
–Cuénteme un poco qué cosas se dijeron.–Se han puesto de manifiesto algunas aristas muy interesantes. Tal vez hay, por lo menos como lo veo yo, un punto central: todo el tiempo estamos metidos en una supuesta tensión entre los beneficios indudables que genera la ciencia y las problemáticas que genera por sus usos y abusos.
–Eso es inevitable.–Sí, es indiscutible. Algunas de esas tensiones las naturalizamos, por ejemplo, cuando consumimos productos manufacturados sin siquiera pensar qué hubo detrás. Pero hay una tensión ahí, naturalizada, que se manifiesta luego en otras cosas más evidentes: la discusión sobre la contaminación ambiental, sobre el glifosato, la minería, el uranio. Estamos metidos en esa tensión, no podemos escaparnos. Entonces surge la pregunta de por qué hay que comunicar la ciencia. Yo no sé si es necesariamente porque hay alguien que tiene que ser alfabetizado; no sé si necesariamente o solamente es porque hay un conjunto de científicos que tiene que decir en qué trabaja, y tampoco creo que sea solamente porque hay un derecho inalienable a la información y al conocimiento sobre todo si hay fondos públicos involucrados.
–¿Y entonces?–Creo, más bien, que tenemos que comunicar porque estamos metidos en esa tensión entre los problemas que nos genera la ciencia y los beneficios que nos reporta. Y entonces como ciudadanos no podemos permanecer ajenos a esas tensiones: necesitamos reconocerlas y vivirlas de la mejor manera posible. Y una manera de lograr eso es estar atentos.
–¿Cuál piensa que es el rol de los comunicadores de la ciencia?–Primero deberíamos decir que comunicadores de la ciencia son todos los que comunican ciencia, no importa que tengan o no el título. Hoy por hoy, creo que los comunicadores se dedican a vehiculizar una historia, una imagen de la ciencia, a partir de algo que les interesa a los comunicadores en especial o al medio en el que trabajan. O sucumben a “lo que la gente quiere”, que suele estar muy alejado de lo que la gente verdaderamente quiere.
–A ver, cómo es eso... ¿Qué es “lo que la gente quiere”?–Así, entre comillas, es lo que los medios interpretan que la gente quiere. En la comunicación científica, en la comunicación pública de la ciencia, hay poco riesgo.
–¿Por qué?–Porque salirse del molde es ser problemático; salirse del molde significa que podrían caer las ventas, que lo cambien de dial. La salud vende más que cualquier otro tema: ¿por qué hay más columnas de salud? Hay un tema histórico ahí. Es algo que nos toca de manera más directa y es difícil salirse de ahí porque es un lugar que resulta cómodo y es una suerte de garantía. Ahora, yo me pregunto: ¿hay otra forma de comunicar ciencia? Mi respuesta es que sí.
–¿Cómo?–Bueno, el acceso a nuevas tecnologías permite que cualquier hijo de vecino comunique ciencia. Entonces yo no estoy preocupado por el contenido, estoy preocupado por si se saben leer los contenidos.
–¿Y cómo se sabe si se leen o no los contenidos?–La alfabetización no es meramente aprender una serie de símbolos, tiene que ver con aprender la capacidad de discernir.
–A ver...–Saber multiplicar y dividir no tiene nada que ver con usar la multiplicación y la división, con encontrarles la vuelta a distintas formas de entender operaciones. Entonces yo quisiera que mi mamá, o un pariente mío, cuando lea un texto tenga una duda razonable acerca de quién lo dice, en qué contexto se dice. Y esta duda reflexiva es esencial. Y también sabemos que hay distintos públicos: hay públicos que no quieren saber, hay públicos que quieren saber mucho, hay públicos que se ocupan de saber por sí mismos, hay públicos que esperan que un pariente les diga qué vale la pena. Yo no le tengo miedo ni a la ausencia de comunicadores (porque tal vez en algún momento haya que replantear estas carreras de comunicación), tal vez alguna vez haya que replantear todo el periodismo tal como lo conocemos ahora. La comunicación pública de la ciencia va a tener que cambiar.
–¿Hacia dónde?–No sé hacer futurología. Pero probablemente tenga que contemplar una mirada más heterogénea y menos hegemónica; más centrada en quien consume, que además produce. Todos estamos produciendo contenidos, todo el tiempo. Estamos produciendo enunciados permanentemente: en Facebook, en Twitter, todos estamos tomando información y compartiéndola. Yo digo algo por radio y lo escucha Juan. Juan escucha que su tío le dice algo parecido a lo que yo le dije y le cree más al tío.
–¿Y si es un tío segundo?–Hay que desprenderse, entonces, del poder que da tener ese saber como comunicador o como científico. Y eso ya está fluyendo de otra manera.
–¿Vinieron científicos al congreso?–Sí, vinieron. Pocos pero vinieron.
–¿Por qué?–Porque les resulta ajeno, creo.
–¿Y cuál es la causa de eso?–Es complicado. En general, los investigadores tienen una formación por la cual las cosas que resultan importantes son las que tienen que ver con su campo específico, las que refuerzan sus capitales reales y simbólicos, y hay otras cosas que no refuerzan ese capital y entonces no revisten ningún interés. Después hay una serie de prejuicios, que no voy a evaluar si los que no vinieron los tienen o no. Pero hay muchos prejuicios sobre la comunicación pública y el periodismo, porque se trata de disciplinas presuntamente muy laxas, que tienen defectos que las naturales y las exactas no tienen... En fin, cuando vemos que los científicos no participan casi nada en un congreso de comunicación pública de la ciencia, podemos decir que es porque no hay identificación.
–Eso está variando últimamente. Los científicos buscan el reparto del saber.–Yo me pregunto qué pasaría si les pidiéramos a los 1200 investigadores de esta universidad que grabaran un video de un minuto. ¿Quién lo leería? ¿Quién lo miraría? ¿Quién se interesaría?
–Hay que hacer la prueba.–Efectivamente.

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